CAPÍTULO
1: “Encuentros fortuitos” (1 parte)
Bajo la tenue luz que podía apreciarse a
las sombras del astro rey, se lograban divisar tres sombras a lo lejos, posadas
suavemente sobre la copa de un gran árbol justo al centro de la ciudad, estudiando
con cautela el paisaje nocturno.
Frente a ellas, una enorme muralla de 6
metros de alto se levantaba con orgullo. ¿Qué resguardaban aquellas murallas de
piedra y apariencia renovada? El instituto Daemus, un instituto, o más bien
internado, de grados mágicos para enseñar a los vampiros.
Supuestamente todo vampiro que controle o
posea magia podrá entrar a ese prestigioso internado hecho a petición de Lord
Vladimir, el magno soberano de los Vampiros. Sin embargo, solo pocos son
elegidos para poder ser instruidos, siendo la mayoría de los alumnos ahí
reunidos hijos de nobles o de clase alta.
El enorme complejo contaba con un área
próxima al millón de metros cuadrados, teniendo dentro de las murallas varios
edificios, centros deportivos, un coliseo y hasta un lago en conjunto a un
bosque. Se podría decir que aquel sitio ocupaba cerca de un cuarto total de
todo el territorio de la ciudad principal.
Una de las sombras se movilizó apenas
dando un suave paso al frente antes de desaparecer su figura a una velocidad
impresionante y aparecer por pocos instantes sobre el techo de una casa. Sin
perder más tiempo, las demás sombras le siguieron de cerca, intercalándose y
apenas dejando ver su figura, sin ningún tipo de ruido.
Una vez cerca de la muralla, se
detuvieron. Para esas horas, los guardias parecían cansados, vigilando con
pesar mientras intentaban mantener sus cuerpos erguidos. ¿Quién los culpa? Era
casi imposible que alguien intentara si quiera acercarse a ese sitio, pues los
guardias en las murallas eran simple formalidad. Cada uno de los estudiantes
contaba con su propia guardia personal, y aquellos que no tenían, era por que
el estatus con el cual contaban no era suficiente para costearlos. ¿Pero quien
se preocuparía por ellos, si no representaban valor alguno?
El introducirse al lugar era demasiado
sencillo en horarios de completa paz y quietud nocturna.
Siguieron avanzando sin ser vistos,
bajando a un costado cercano de la entrada. El objetivo de esas 3 sombras estaba
claro: Los dormitorios de los vampiros, 4 edificios de 20 metros de altura.
Majestuosos y bastante vistosos por los enormes ventanales con pequeñas
terrazas que cada habitación tenía. No era necesario contar las habitaciones
que había en cada piso, ni cuantos pisos se levantaban. Tampoco el tamaño de
cada habitación. ¿Para qué? Aquellas sombras venían con un propósito en mente,
y hasta no verlo realizado, no se sentirían satisfechos.
-¿No creen que exageramos?- Finalmente el
silencio se vio roto por la voz de una de las tres sombras mientras se detenían
al llegar a la base de uno de los edificios.
-¿Acaso ya te arrepentiste? No seas
maricón, esto se pone divertido- respondió la sombra más alta. Una sonrisa se
había divisado en su boca al término de su oración. Estaba emocionado.
-Cállense. ¿Quieren acaso que les arranque
la boca?- Terminó por regañar la tercera sombra, mirando al frente. -Vamos
lento. No queremos despertar ni ser encontrados.- Sonrió, buscando alguna
manera de poder entrar al recinto. -Ah.- un suspiro suave se escuchó antes de
acomodar su cuello. -Es hora. Vamos a divertirnos un poco.- Y con aquella
frase, su figura terminó por desaparecer, dejando detrás de sí un eco de risa
que indicó a las otras dos sombras desaparecer en ese instante.
Una de las sombras terminó por
introducirse en el edificio del lado este y la otra en el lado norte. Su
objetivo era llegar al pasillo del último piso de cada dormitorio, tardando un
poco en lograr este cometido y usando lo que parecía una especie de vórtice
para atravesar las ventanas. Una vez listos los tres, solo faltaba dar la señal
correcta.
-Veamos que tanto alboroto podemos hacer-
Se divisó una sonrisa maliciosa en aquella sombra, inclinando su cuerpo al
frente una vez se encontró en el comienzo de uno de los pasillos. Parecía ser
el líder. Los otros cuerpos imitaron su acción en los otros edificios casi al
mismo tiempo.
Los tres seres estaban vestidos de una
enorme capucha que cubría casi en su totalidad el cuerpo. Pies descalzos y lo que
parecía pantalones acabados. La piel de sus plantas estaba llena de heridas, no
frescas, parecían de tiempo, incluso el color era morado siendo distinguible
aun en aquella piel de tono marrón. ¿Tono marrón? Ese tipo de piel era propio
de los licántropos, pero aquellas criaturas no gozaban de los rasgos físicos de
un licántropo transformado en humano. ¿O es que eran cachorros? Tampoco.
Incluso teniendo la agilidad y suavidad en las pisadas de ellos, era imposible
que fueran ellos. Es decir, nadie sería tan tonto como para introducirse a
escondidas en aquel lugar, y menos con el propósito que esos seres tenían.
-¡Vamos! ¡ATAQUEN! - Esa fue la orden,
dada por la sombra que se encontraba en el edificio norte y que hizo retumbar
las paredes, las ventanas y logrando abrir de un golpe todas las puertas de
aquel pasillo.
La onda expansiva del grito continuó
bajando por las escaleras, terminando por abrir todas las puertas de los
dormitorios hasta retumbar en la puerta principal.
Varios de los oficiales dentro del lugar
tuvieron que cubrir sus oídos con ellos, mientras los vampiros que se
encontraban dormidos en sus camas, saltaron de ella por la presión que
sintieron con ello.
Pero eso apenas era el comienzo.
De aquella sombra encapuchada, saltaron un
sinfín de ratas-lagartos una vez extendió sus brazos. Estas criaturas lanzaban
chillidos paralizantes que llegaban a romper los tímpanos cuando se sentían
amenazadas. También se sabía eran difíciles de atrapar pues hacían madrigueras
en las zonas rocosas y montañosas de valles infestados de otras criaturas
peligrosas. Encontrar a una de ellas era fastidioso para los cazadores, pues
solían ahuyentar a las demás criaturas con sus alaridos. Si bien una era
suficiente para causar un alboroto, ¿Cuántas se necesitaban para “jugar una
broma”? Bueno, ellos llevaban cerca de 5 docenas atrapados en cada una de sus
capuchas que funcionaban como sacos sin fin.
Las otras dos sombras hicieron lo mismo
casi al mismo tiempo, desapareciendo instantáneamente por detrás de las
ventanas por las cuales habían entrado aprovechando el alboroto del momento.
-¡¡Gloria a los vampiros!!- Se escuchó
decir un eco en todas las direcciones posibles.
Las luces se encendieron con rapidez, los
guardias intentaban atrapar a las ratas-lagartos, pero apenas los tocaban,
éstas se retorcían y mordían con fuerza las manos, algunas alzaron la hilera de
púas que tenían sobre su espalda mientras gritaban despavoridas buscando una
salida y atacando a cualquiera que se le acercara. Los vampiros gritaban,
alertando finalmente a los altos mandos quienes en pijamas se apresuraron al
completo para intentar calmar la situación.
Ante tal alboroto, las tres personas
causantes de esto, se reían con fuerza sobre el techo del cuarto edificio, el
cual no habían atacado aún, descubriendo sus rostros tras quitarse las
capuchas.
Uno de ellos, el más alto, tenía una
cabellera media, llegando a tocar parte de sus hombros, alborotada y de color
negro, llegando a cubrir parte de su rostro. Piel marrón, con cicatrices más
claras. Si bien ese tono era el normal para los licántropos, en él parecía ser
efecto de alguna otra cosa, como si se le hubiese expuesto a la magia
incandescente, pues lograba apreciarse parte de una piel clara debajo de
aquellos harapos que pretendían ser usadas de ropa. Traía además grilletes en
muñecas, cuello y tobillos. Dos percings en la oreja izquierda y un percing en
la ceja derecha, donde colgaba una pequeña etiqueta de color verde fluorescente
con el número “ 23784”. Sus ropajes eran
de un solo color, siendo negro casi en su totalidad, pues en lo que
correspondía a la cintura, tenían un pequeño lazo blanco con el cual amarrar el
pantalón (o lo que simulaba ser uno).
El de estatura mediana, gozaba de una
cabellera que, similar en alboroto y tono al alto, era más corta en cuanto a
longitud, llegando a tocar apenas su cuello y cubriendo sus oídos y parte de su
frente. Su piel era más clara que la de su compañero, siendo inevitable
observar en cambio de color tan pronunciado en sus pies, muñecas, y el centro
de su cuello. Los grilletes en las mismas secciones, diferenciando un poco la
ubicación de los percings en sus oídos y ceja pero contando con la misma
cantidad que su compañero, cambiando el número de la etiqueta por “34785”.
El más bajo de los tres, siendo también el
más joven, contaba con un tono de piel medio casi uniforme, siendo el de sus
pies un color más oscuro. Su cabello era un poco más claro al de sus
compañeros, corto y crespo. Los grilletes igual, no contaba con ningún otro
percing más que el de la ceja derecha con el número “69848”.
Era claro que ellos provenían de la
“Penitenciaria”, aquel centro “educativo” fundando por Lord Vladimir y
exclusivo para los demonios. ¿Y que hacían tres demonios tan lejos de su hogar?
Pues claro estaba que divirtiéndose. O al menos, dos de ellos. El más bajo
simplemente miraba en silencio hacia su espalda, poniendo cuidado en los gritos
y movimientos dentro de los edificios atacados.
-¿Vamos a continuar?- Las risas se vieron
interrumpidas por esa pregunta hecha por el menor, provocando en los otros dos
una ligera mueca de disgusto.
El mediano y líder del grupo, revolvió un
poco sus cabellos. Sinceramente esperaba el arrepentimiento del menor, pues él
no estaba familiarizado con esas travesuras como lo estaba el alto, pero
tampoco esperaba que se arrepintiera a esas alturas. Con paso suave, posando
apenas una mano sobre su propia cintura y extendiendo la otra para rodear los
hombros del preocupado demonio y hacer que le prestara atención, preguntó de
forma burlona -¿Tienes miedo?-
-No- respondió casi instantáneamente el
menor de los tres, volteando la cabeza al frente y apartando con un movimiento
brusco la mano que apresaba sus hombros. -Pero es tonto hacerlo, sabiendo que
pueden descubrirnos. Como ves, ya están alertándose. Dentro de poco, este
edificio también será presa de la incertidumbre y se iluminará en su
totalidad.- No estaba en un error, de hecho, las luces de la última planta ya
estaban siendo prendidas. -Las capuchas ya no servirán aquí, ni tampoco
podremos escapar por el sitio por el cual entramos-.
-No arruines la fiesta- sentenció el mayor
de los tres. -Si tienes miedo, que Hika abra un portal, total, no nos sirves
así-.
El silencio se formó entre los tres. El
alboroto ahora ya no era divertido. ¿Por qué siempre el menor de ellos lo
arruinaba? Tal vez porque, nunca quiso pertenecer a su grupo en primer lugar.
Había sido forzado a estar con ellos desde el primer momento en el que llegó a
ese infernal sitio.
-Vámonos… Ya no es divertido- terminó por
decir el líder, Hikaru.
Sin objetar nada, comenzaron a caminar
hacia el frente, con intensión de correr hasta el bosque y perderse antes de
ser vistos por los guardias.
Sin embargo, no contaban con el hecho de
que aquella pequeña discusión y movimientos, había alertado a uno de los
oficiales que se encontraba en el edificio más cercano, intentando controlar la
situación desde afuera.
-¡INTRUSOS EN EL EDIFICO B!- gritó con
fuerza una vez identificó las siluetas como ajenas, pues era imposible que los
vampiros vistieran con semejante ropa.
El grito no solo alertó a los oficiales,
también provocó el giro de cabezas de los tres demonios, sonriendo el líder de
lado y lanzando una maldición al aire antes de comenzar a correr.
El movimiento apenas les sirvió para dar
unos pasos y saltar del techo antes de toparse con una red mágica al frente
suyo, bloqueando el escape por ese camino.
-¡MALDICIÓN! ¡DEBEMOS SEPARARNOS Y
ESCONDERNOS! Si son listos, lograrán llegar a la entrada cuando todo se calme…
¡¡SUERTE IDIOTAS!!- fueron las órdenes que el líder dio, haciendo que el mayor
de los demonios diera una carcajada antes de desaparecer entre las sombras de
unos matorrales, mientras en él desaparecía tras dar un salto a uno de los
árboles.
El único que no pudo reaccionar a tiempo,
fue el más bajo de los tres. ¿Correr? ¿Escapar? ¡Las autoridades les pisaban
los talones y habían bloqueado en único camino decente a un escape seguro!
¿Cómo diablos pretendían los otros dos que escaparían?
El menor carraspeó la boca, sin importarle
ya lo que podría pasar y frenando de lleno al verlos desaparecer.
-Malditos… Me las pagarán- apretó los
dientes y puños al tiempo, mientras giraba su cuerpo para intentar volver al
edificio sin atacar con la esperanza de no ser visto antes de poder ocultarse.
Incluso en una noche tan clara como esa,
donde hasta el más mínimo movimiento podría ser percibido sin la neblina
escabrosa que en algunas ocasiones los acompañaban, no era sencillo encontrar
tan a prisa a tales fugitivos. La razón, tan simple como molesta, era debido a
que los demonios no poseían un olor distintivo al olfato de los vampiros. Tampoco
poseían esencia mágica para lograr identificar si quiera sus auras, o eso era
lo que pensaban.
La realidad era casi tan cruda de llevar
como el hecho de que los demonios eran considerados enemigos mortales de todas
las razas. Los tres demonios presentes en ese momento, que se encontraban huyendo
u tratando de ocultarse, poseían un control casi innato sobre la magia. A
sabiendas de lo ignorantes que se les puede considerar, se las habían apañado
para lograr transformarse en conocedores de las bases mágicas de la oscuridad,
elemento principal que poseía ahora esa tierra. El más fuerte de los tres era también
el más alto y más viejo de los tres. Y aquel que apenas sabía el inicio del
control, se encontraba tratando de ocultar su presencia detrás de unos
matorrales al borde del edificio B.
Según había estudiado, borrar la presencia
era el primer principio de los cazadores al acechar a su presa. Un principio que
también invitaba al origen del poder de la oscuridad, pues a menos que tengas
un sentido fuerte para compenetrarte con ella, era casi imposible dominar esta
primera norma de aprendizaje.
Los vampiros rara vez usaban esto, sintiendo
innecesario ocultar su propia existencia a los ojos de su poder increíble.
¿Quién lo haría sabiendo que ellos son los seres más poderosos del planeta? ¡Qué
osadía si quiera pensar en ello! ¡Dónde quedaría el orgullo de su raza en aquel
comportamiento! Incluso los ángeles, seres divinos de magia blanca, temblaban
de miedo cuando el máximo jefe de los vampiros se encontraba cerca.
Por eso, es que ahora los tres oficiales
encargados de la búsqueda cercana de los intrusos, pasaban de largo al lugar
donde se encontraba encorvado el menor de los demonios, quien, calmando hasta
el latido más lento de su corazón, lograba camuflar cualquier parte de su
cuerpo con la maleza.
-Parece que aquí no hay nada- Uno de los
oficiales buscaba con una linterna hecha de cristales luminiscentes de color
blanco. Alumbrando por las copas de los árboles y entre los troncos, incluso
alumbraba la tierra para intentar hallar pisadas.
-Es imposible, vi a las sombras saltar a
esta dirección desde el otro lado del edificio- buscaba entre las malezas,
moviendo de vez en cuando las ramas de los matorrales en provocación a una huida.
-Tal vez no era lo que creías, ¿En serio
viste los uniformes de la penitenciaría?- preguntó casi en un grito quien se
encontraba buscando a dos árboles lejos de ellos. Un oficial bastante perezoso
pues solo se limitaba a mirar por los alrededores.
-¡Por supuesto que lo vi! ¡Eran colores
oscuros imposibles de confundirse con el reflejo que los cristales han dado!- molesto
replicó. Sabía que lo que había visto en el techo eran inconfundiblemente esos
uniformes completamente negros, incluso recordando el brillo de algo en la mano
de uno de los sujetos. -¡Eran demonios!-
-Estás loco… Ya estás delirando- volvió a
bacilar el oficial perezoso, recargando su cuerpo con pesar en uno de los
troncos.
-¡Yo sé lo que vi! ¿Quién mierda crees que
vendría aquí a hacer tal alboroto entonces? ¡Los demonios son los únicos dementes
en hacer semejantes atrocidades sin sentir el mínimo rasgo de remordimiento en
su rostro! ¡Incluso matarían por diversión! ¿Acaso no entiendes el peligro que
puede haber en el instituto si no los atrapamos?- se comenzaba a molestar.
Las leyendas urbanas que todos sabían siempre
apuntaron a los demonios como seres sin corazón. Seres incapaces de formar
lazos y tan peligrosos que si te llegabas a topar con uno, era mejor llamar a
los oficiales que si quiera enfrentarlos.
No es que gozaran de tanto poder, pero era
bien sabido que tan tramposos como desquiciados, los demonios podían llegar a
matar a todo vampiro desprevenido, incluso si estos tenían la magia de su lado.
-Ya… Dejen de discutir y sigan buscando. Vayamos
más al frente, tal vez encontremos un rastro de hacia donde pudieron haber huido.-
Terminó por ordenarle a sus compañeros para evitar una pelea en esa situación.
Ya suficiente tenía con los gritos que había aguantado en los edificios
mientras estaba de guardia como para tener que lidiar con los gritos de ellos
dos.
Siguieron avanzado sin mirar atrás,
buscando y alumbrando sobre todos los lugares a su paso.
Tras unos minutos de estar en total calma,
luego de que los gritos y de más murmullos cesaran, el demonio oculto entre los
matorrales salió a la vista, caminando unos cuantos pasos hacia el frente de
aquel edificio tan alto.
-Matar por diversión…- Una sonrisa amarga se
dibujó en sus labios.
Aquellas palabras que había escuchado
sobre ellos no eran del todo ciertas, pero tampoco eran mentira. Siendo uno de
los más jóvenes del internado, sabía perfectamente de lo que eran capaces los
de su clase cuando se encontraban frente a una fuerte emoción de diversión.
Rara era la vez que no había estado involucrado
en una pelea debido al “aburrimiento” de sus “amos”, siendo arrastrado al
doloroso mundo del cual no había podido escapar. ¿Y a dónde? No había lugar en
el mundo para alguien como él. Los rumores sobre los dos que lo acompañaban
solo mortificaban más al menor, siendo partícipe de incontables luchas de poder.
Abuso, sometimiento, fetichismos, violaciones, violencia, tantas cosas que
podría afirmar sobre lo que ellos eran, pero que deseaban poder desaparecer de
su ser.
-Ustedes nos ven como escoria… ¿No es así?
Pero quien soy yo para negarlo. Sé mejor que nadie lo que somos capaces de
hacer solo por pura “diversión”- esta vez rio un poco, manteniendo la vista al
frente mientras su cabeza se iba elevando a medida que inspeccionaba el
edificio.
Arioka Daiki, un nombre otorgado por sus
padres. Hace ya años que se había separado de ellos, pero aun deseaba su calor
con fuerza. A tan temprana edad habría de conocer tan cruel destino que le tocó
vivir por ser lo que es, que ni si quiera había tenido la necesidad de huir una
vez que lo atraparon. ¿Por qué? Aborrecía ser parte de aquel grupo tan selecto
de basura. Ser considerado la escoria del planeta y ser juzgado solo por tener
los ojos de aquella bestia que exterminó a una raza. Verse su reflejo era
insoportable, a tal grado que ya hace tiempo había olvidado su propio rostro.
Si tan solo hubiese muerto al nacer.
-¡No dejen de buscar!- se escuchó un grito
en eco a lo lejos, sacando al demonio de sus pensamientos.
-Idiota- murmuró, buscando con rapidez un
lugar para esconderse, pero al verse atrapado, solo pudo observar al frente y
sonreír.
Tras elevar su mano, corrió tan rápido y silenciosamente como
pudo, atravesando la pared tras aparecer por instantes un agujero negro sobre
ella. Esa era una magia de nivel básico. Un portal dimensional que permite ir
de un punto a otro. Entre más alejado esté el punto de salida, más energía
vital y magia condensada se requiere. Daiki solo podía abrir uno para atravesar
paredes o desplazarse a no más de 3 metros de distancia, en comparación con sus
otros dos compañeros, quienes podían hacerlo con un kilómetro, él apenas y
podía mantener su forma por un corto tiempo definido en macrosegundos.
Se encontró dentro del edificio, mirando a su alrededor mientras
ocultaba su sombra detrás de la pared, observando por el ventanal que junto a él
se elevaba 2 metros. Sin embargo, no pudo permanecer quieto, pues las
vibraciones de pisadas, voces y destellos de luces que provenían del final del
pasillo lo alertaron nuevamente. No podía meterse a una de las habitaciones sin
inspeccionar primero a la persona que se encontraba detrás de la puerta, por lo
que optó por abrir un portal sobre su cabeza, saltando y llegando al segundo piso.
No se mantuvo más que unos instantes ahí, pues nuevamente los
movimientos no se hicieron de esperar. A veces incluso se topaba con las
espaldas de los vampiros residentes de aquel lugar, viendo con curiosidad a
través de la ventana mientras se aglomeraban en los pasillos. Afortunadamente
no fue percibido por ninguno, pero eso no hacía que su nerviosismo disminuyera,
al contrario, no ser visto por ninguno de ellos lo hacía sentirse en constante
peligro al creer que un simple ruido haría que todos esos ojos de tono carmesí
se posaran en su figura.
Tenía que escapar cuanto antes.
Tras llegar al penúltimo piso, notó aquel sitio en total silencio,
escuchando los murmullos provenir desde debajo de sus pies. Finalmente había
encontrado un momento de respiro. Tal parecía que los residentes de esa planta habían
o bien descendido para unirse a la turba de curiosos que cotilleaban más abajo,
o bien se encontraban totalmente dormidos sin prestar atención a todo el
alboroto anterior.
-De verdad que no tienen decencia… ¿Cuántos pisos he subido ya? Me
siento exhausto.- Susurraba mientras recargaba su peso en la pared, caminando
suavemente hacia el ventanal del fondo.
Todo ya se había calmado. Al parecer, en el edificio vecino, la
mayoría de los residentes se habían aglomerado afuera, unos siendo atendidos de
emergencia por las mordidas y probables lesiones a los oídos que las
ratas-lagartos podrían haber causado. Y él sabía lo que dolía ser atacado por
una. Por un momento sintió pena de ellos, casi empatía, aunque aquello pronto
se desvaneció pues notó nuevamente pisadas que se acercaban con prisa hacia su ubicación.
Saltó de la impresión, buscando la manera de escapar, pero tan
cansado ya estaba que no pudo crear un nuevo vórtice para huir al piso de
arriba.
Viéndose atrapado nuevamente, no le quedó más que intentar
escabullirse a una de las habitaciones cercanas. ¿Qué más podía hacer? Incluso
si era descubierto por uno de los vampiros de ahí, confiaba en su velocidad y
agilidad para callarlo incluso antes de que intentase moverse. No dudó más, y
tras correr a prisa a la primera puerta que vio, giró la perrilla con fuerza para
romperla de un movimiento si se encontraba asegurada. Cual fue su sorpresa al
sentir que ésta cedía con suavidad, abriendo la puerta de golpe y cerrándola
detrás de sí.
Por unos instantes se sintió como una presa atrapada en un rincón,
pero esa sensación tuvo que ser aplazada con rapidez al escuchar a su espalda
un leve suspiro. ¿Un suspiro? Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de girar
por completo su cuerpo con terror. Lo habían descubierto, y si no callaba con
prisa a sea quien sea que se encontraba en ese lugar, sería su fin.
Un parpadeo bastó para lubricar sus ojos, terminando por quedar
paralizado ante la imagen que sus ojos veían.
Ojos carmesís, tan intensos como los de cualquier otro vampiro,
pero tan diferentes de los que había podido observar hasta el momento. Una piel
completamente pálida y pulcra, sin rastro alguno de impureza en él, ni
cicatrices ni deformaciones. Labios resaltados de un tono sonrosado en aquella palidez,
asomándose de entre ellos el filo de unos colmillos. Su figura era claramente
alumbrada por las luces a su espalda. Una brisa suave movilizó ligeramente sus
cabellos, dejando ver por completo al descubierto su cuello y orejas, hombros y
pecho descubiertos pues apenas contaba con un pantalón cubriendo la mitad de su
cuerpo. Un cuerpo tonificado pero delgado. Una vista increíble pero peligrosa.
Cinco segundos de total inmovilidad mantuvieron los que ahora no
dejaban de admirarse con los ojos sorprendidos. Los latidos de ambos pechos
palpitando con rapidez y en cierto momento, sincronizando su ritmo. Las
respiraciones cesaron al tiempo, sintiéndose una especie de completa armonía en
el aire. Una paz única, una quietud indescriptible. Y finalmente, el ruido de
un libro cayendo al suelo al deslizarse de la mano de aquel que se encontraba sentado
al borde de la ventana. Ese fue el botón que accionó el movimiento luz del
demonio.
-¡No te atrevas a gritar!- Fueron las primeras palabras que pudo
soltar una vez se encontró atrapando con su diestra la boca de aquel vampiro.
Nunca dejó de mirarlo a los ojos, ni tampoco dejó de estar alerta a lo que sus
espaldas podía pasar. -Has algún movimiento que me indique peligro, y morirás.-
Una mirada furiosa que ocultaba la desesperación y el miedo que lo invadían.
Había halado con fuerza aquel delgado cuerpo hasta dejarlo tirado
sobre una sábana deslizada en el suelo. Rodeaba con firmeza su nuca con el
brazo izquierdo, sin dejar de presionar con su diestra la boca de aquel chico. Ambos
cuerpos estaban completamente pegados a lo largo.
Pronto las pisadas en el pasillo le hicieron voltear al frente,
alzando la cabeza con rapidez mientras sentía su corazón acelerarse. Sus ojos
se abrieron más de lo necesario, sudando de su frente gotas frías que resbalaron
hasta su mentón. Su respiración se agitó. Sus manos comenzaron a temblar, su
mente quedó en blanco.
Tanto tiempo había tratado de evitar problemas. Pensaba que, si no
se quejaba, o no decía nada, nunca llegaría a tener dificultades. Con pesar
había sobrevivido hasta ese momento, pero su muerte se acercaba a pasos
agigantados. ¿Qué más le esperaba? Una travesura así, habiendo herido a tantos,
solo por un simple capricho, nada de eso importaría ya. ¿Por qué había
resistido hasta ese punto? Solo por mantener la promesa de sus padres intacta.
No estaba listo para darse por vencido. Pero su final ya había
sido previsto. E incluso en ese momento, todo lo que podía pensar era en querer
haber nacido vampiro. Que ironía.
La perilla poco a poco se giró, y finalmente, la autoridad
apareció detrás de ellas.
-¡Disculpen la intromisión! ¡Estamos buscando a…!- Pero antes de
si quiera poder terminar su oración, ante sus ojos algo increíblemente aterrador
estaba sucediendo.
CONTINUARÁ.
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