CAPÍTULO 2
“Antes de la tormenta” (Parte 1)
Desde
las siete de la mañana, tanto las ciudades metrópolis como las poblaciones más
alejadas e incluso las aldeas más recluidas en el gran continente, contaban con
un sistema de iluminación única que semejaba la luz solar que los libros
describía: lámparas de 2 metros de altura fueron levantadas a las orillas y
centro de la ciudad.
Estaban
hechas de piedras fluorescentes mágicas con un tiempo límite de existencia de 5
años contando desde el día en el que fueran encendidas. Las lámparas alumbraban
en forma circular, llegando a tener un radio de luminiscencia de un kilómetro
durante el día y 20 metros durante la noche.
Habían
sido programadas para cambiar de un color amarillo claro a un naranja ocre con
duración de veinticuatro horas, dividiendo el cambio de color entre la mitad de
las horas para alumbrar. Así, el día disponía de doce horas de luz amarilla y
doce de luz naranja ocre. Las intersecciones entre los colores eran de dos
horas, siendo las horas de color ocre las indicadas para cesar las actividades
diarias (la noche), y las horas de color amarilla, las indicadas para realizar
los trabajos (el día).
También
anunciaban un cambio de estación, alumbrando de color verde en el amanecer
cuando se acercaba la época de alimentación y reproducción de las bestias
peligrosas, y alumbrando de color azul en el amanecer cuando iniciaba la época
de hibernación de los mismos.
Hace no
mucho que las lámparas se habían creado, llegando a constituir uno de los
principales artefactos mágicos construidos por los humanos con mayor
premiación, sin embargo, el único defecto que poseían era el hecho de no lograr
emitir calor alguno. Solo existía una forma de conseguir calor, y era con otro
artefacto mágico semejante a un calentador en forma de chimenea que se colocaba
al centro de las casas. Emitía una luz rojiza tenue, usando el poder del centro
del planeta para hacer circular el calor desde el interior hasta la superficie.
La
mayoría de las casas humanas o licántropas, si no es que todas, poseían los
calefactores.
La
ubicación de los ángeles les hacía no necesitar de esos artefactos, teniendo su
propia forma de obtener el calor.
Y los
vampiros, al no necesitar del calor, solo usaban los artefactos para la
producción de comida.
Dentro
de la penitenciaria, solo los artefactos de calor estaban ubicados en dos
habitaciones: La cocina y la habitación de los encargados. Los demás lugares,
apenas y contaban con luz de lámparas portátiles disponibles para los
inquilinos.
Solo
había una única luz al centro del lugar, haciendo que la mayoría del tiempo el
día transcurriera sin si quiera notar el cambio de horario.
Para los
demonios, la rutina matutina era pesada.
Cuando
la luz cambiaba de color, una alarma era emitida con tal intensidad que hacía
retumbar sus camas.
Varias
habían sido las veces en las cuales aquel chillido de la bocina había tumbado a
Daiki de su cama, sin embargo, ese día fue la excepción, pues el demonio ya se
encontraba levantado. Y no solamente él, tanto el líder del trio como el más
alto se encontraban a su lado, en el centro de la arena principal de la
penitenciaria.
La
penitenciaria contaba con tres áreas comunes para los demonios: Los baños, el
comedor y la arena. Ésta última era un espacio de tierra árida helada en forma
cuadrada con mil metros cuadrados totales. Ese era el lugar habitual de
trabajo, en el cual desarrollaban ejercicios matutinos para fortalecer sus
cuerpos antes de comenzar a remover la tierra en busca de pozos de piedras con
potencial mágico.
La arena
se encontraba fuera de los límites de la penitenciaria y cambiaba de posición
de acuerdo a los resultados de la excavación que hicieran los demonios. Estaba
cubierta por una cúpula antimagia y se encontraba unida a una entrada lateral,
siendo un túnel de transporte el usado para llegar al área. El túnel estaba
abierto para cualquier hora del día, pues cerrarlo no tenía caso debido a la
cúpula. Tampoco estaba siendo vigilado ni monitoreado.
La
mayoría de los demonios eran escoltados por los guardias de lugar, sin embargo,
no había ley que prohibiera llegar antes o irse tarde del sitio. Y dado que los
demonios no tenían la suficiente capacidad para usar magia por su cuenta, aquel
sitio era más que seguro para retenerlos. Nadie pensaría que un demonio
ocuparía aquel lugar a placer tampoco, pues ese sitio helado congelaba y
quemaba los pies descalzos de los demonios si era ocupado en horas donde la luz
ni si quiera podría ser apreciable a la distancia. Tampoco tenía barreras
contra las bestias, haciendo que cualquiera que entrara al sitio sin protección
o vigilancia, estaba condenado a la muerte.
El lugar
era oscuro, frío, y la tierra era difícil de remover por lo dura que se
encontraba. Se necesitaban herramientas especiales para poder abrir un solo hueco,
pues ni el diamante podría romper aquella capa fosilizada de roca superficial.
Por ello es que era la actividad perfecta para mantenerlos ocupados hasta el
cansancio, día tras día, mes con mes, año con año hasta que ya no fueran
necesitados en aquel lugar y pasaran a formar parte de “otra actividad”.
-Mientras
llegan los demás idiotas escoltados por los bloques, comencemos con lo
nuestro.- habló el líder, dirigiéndose al extremo más apartado del campo.
-Comencemos. Ayer no lo hiciste del todo bien, cabeza de penis-
Ambos
estaban siguiendo sus pasos de cerca, sintiendo Daiki un desdén de odio por
esas palabras.
No es
que se refiriera a la broma que habían llevado a cabo en el internado, más bien
aquel llamado era por lo que habían estado practicando en la mañana de el día
anterior.
La
lección de esa semana era lograr abrir un hueco de un metro de profundidad con
el talón del pie. Tan fácil como insignificante sonaba eso, era una lección de
tercer nivel en el ranking de habilidades especiales. ¿Por qué? Porque
concentrar todo el poder para si quiera romper la primera capa ya era un
desafío. Ahora hacer que el impacto hundiera la tierra y formara un único hueco
perfectamente redondo y diminuto con tal profundidad, era toda una hazaña
imposible.
Lo peor del
caso, si no lograba dominar aquello para el fin de semana, el castigo
seguramente tendría algo que ver con ser la diversión sexual de aquellos
sujetos. Haciendo lo que quisieran con su cuerpo hasta que ya no quedaran
fuerzas en su ser ni para abrir los ojos.
-Lo
siento. No pensé que me sangraría el pie.- alegó el demonio menor, recordando
lo doloroso del suceso y sintiendo una pequeña punzada en las grietas de sus
pies.
-No es
excusa. Si Yuya pudo, tú también lo lograrás- dijo el líder sin prestar mayor
importancia a la consecuencia del entrenamiento.
-¿Y en
cuántos días lo logró?- inquirió Daiki, mirando de reojo a quien se refería en
la pregunta, siendo notada la mirada por él y respondiendo aquella pregunta con
una sonrisa y un signo de paz, logrando alarmar al menor.
¿Acaso
estaba loco? Era imposible lograr tal hazaña en solo dos días, teniendo el poco
tiempo disponible de las mañanas y las tardes para lograrlo. Incluso si había
practicado en la noche, solo lograría causarse lesiones irreversibles en los pies.
Irremediablemente
la vista de Daiki se dirigió con rapidez a los pies del alto, buscando signos
de aquella locura. Pero no pudo encontrar nada, o al menos, ningún indicio de
aquella locura que le estaban haciendo practicar.
-¿Acaso
eso importa? Te di el equivalente al tiempo en el que yo lo logré. Y para tu
información, apenas y contaba con la edad suficiente para recordar si quiera mi
nombre- sermoneo Hikaru, fijando la vista en el punto perfecto para practicar.
-Llegamos. Si logras remover este lugar, cualquier otro sitio del cuadro será
pan comido para ti.- sonrió.
Para la
mala suerte de Daiki, el líder disfrutaba complicarle los entrenamientos con
situaciones extremistas. No solo se conformaba con ponerle limitantes de
tiempo, si no que elegía los niveles máximos de dificultas para aumentar el
estrés de la actividad.
¿Eso era
permitido? Y aunque no lo fuera, ¿No estaba exagerando acaso?
A
diferencia de la vida de los otros dos, Daiki había llegado a ese lugar hace
aproximadamente cinco años. La mayoría de su infancia y parte de los primeros
años de su adolescencia, había sido criado por sus padres biológicos. Sin
embargo, tras un incidente con el fuego, un incendio consumió su hogar, matando
a su familia y siendo expuesto a la crueldad de aquel mundo.
Fue Lord
Vladimir quien lo encontró, llevando a un pequeño Daiki de escasos 13 años de
edad a vivir en la penitenciaria, siendo despojado de su apellido y conservando
solo el nombre como único recuerdo de lo que pudo llegar a ser.
Miles de
veces se preguntó por el destino injusto que comenzaba a vivir, por el hecho de
que sus padres le hayan logrado ocultar por trece largos años y, sobre todo,
por la razón de que esos dos demonios se hayan fijado en él para hacerlo parte
de su grupo.
¿No
había más como él que llegaron en ese momento? Bueno, al menos otros dos
desdichados fueron los que entraron a la par con él. Un hombre de 25 años que
poseía un ojo platinado, demacrado a pesar de la juventud de sus años, y una
niña de la cual no supo su edad, con severa deformación, desnutrición y vendas
cubriendo casi toda la totalidad de su cuerpo.
Por
selección en capacidad física o psicológica, sería claro que lo elegirían a él
sobre los otros dos. Pero había más que ingresaron después o antes con las
mismas capacidades que las suyas. ¿Por qué justamente él entonces? Y lo peor,
nadie más que ellos tres son quienes pertenecen a ese grupo de “élite”. ¿Por
qué razón? Aunque alguna vez le preguntó a Hikaru, éste nunca le respondió.
-No
tenemos todo el día. Comienza- indicó, observando al horizonte el cambio de
color que desprendía el único faro de luz que les permitían tener.
Daiki no
tuvo más opción que hacer caso a lo que le decían. Esperaba poder lograrlo
antes de que los demás llegaran.
Mientras
tanto los vampiros, quienes habían sido víctimas de las ratas-lagartos de la
noche pasada, se encontraban levantando un sinfín de quejas dentro de las
oficinas del director.
Para
apaciguarles, el director había convocado a una reunión matutina de emergencia
con todos los catedráticos, profesores, intendentes y oficiales a cargo de la
vigilancia nocturna de aquella noche, mientras los pocos alumnos sin lesiones
severas o quejas se encontraban dirigiéndose hacia el auditorio de
conferencias.
Yamada,
quien la noche anterior no había podido conciliar del todo el sueño, mucho
menos después de lo sucedido con el demonio, caminaba con pereza sin cubrir su
boca de los bostezos embozados en alto. A su lado caminaba de cerca su amigo,
quien lo veía de reojo.
-¿Seguro
que no prefieres regresar a dormir? Podría mentirle al profesor diciendo que
fuiste atacado por una rata-lagarto en la mañana.- se encontraba preocupado por
su amigo. No era normal que Yamada demostrara cansancio o pereza frente a
tantas personas. Algo realmente malo debió haberlo aturdido desde la noche
anterior.
-Es
obligatorio para nosotros que no hemos sido víctimas de nada. Además, si la
conferencia se alarga, podré ocupar parte del inicio para dormir. Si algo
realmente importante es anunciado, tengo la confianza de que me lo dirás-
sonrió, desviando el rostro a un lado -Igual, el ataque de la rata-lagarto no
sería del todo erróneo.- susurró, frotando suavemente uno de sus ojos.
Pese a
que lo último lo dijo en un susurro, no fue difícil para Nakajima saber a lo
que se refería.
Desde la
madrugada, Chinen no dejó de intentar atacar a Yamada por la mala pasada que
les había hecho pasar a él y a Nakajima frente al oficial. Incluso por eso,
ahora había una orden de restricción hacia Chinen. El oficial se llevó a otra
habitación al menor a pesar de los reclamos.
-Pobre
Yuri… Es cierto… ¿Por qué hiciste eso?- reprochó al instante, mirándole ahora
bien.
-¿No lo
dije? Fue su culpa por estar cuchicheando mientras intentaba dormir. Si se
hubiesen quedado callados, o hubiesen estado en la cama del enano, nada de esto
hubiera sucedido- se justificó. Si el alto seguía haciendo preguntas, entonces
no le quedaría otra que inventar algo mejor.
-¡No
estábamos cuchicheando! Solo platicábamos de lo que se supone haríamos hoy- se
sonrojó.
A decir
verdad, pese a ser mejores amigos, Nakajima no le había confesado aún a Yamada
el hecho de que estaba saliendo con Chinen. ¿Pero cómo lo haría? Yamada y
Chinen no se encontraban en buenos términos desde hace varios meses. Para ser
exactos, desde el momento en el cual se toparon, probablemente se habrían
proclamado enemigos de ideales.
Para su
mala suerte Nakajima siempre había estado enamorado de Chinen, incluso antes de
lograr entrar a esa prestigiosa escuela, su adoración ya estaba sembrada en lo
más profundo de su ser.
Sucedió
cuando se acercaba la fecha de su primera década de vida. Un año antes de
conocer a Yamada.
Se
encontraba comprando en el distrito comercial de la gran metrópolis.
Hace
días que su familia había estado preparándose para formalizar las festividades
del día más importante de los vampiros, el Festival de sangre, el cual se lleva
a cabo cada lustro.
Es este
festival en el cual se pueden unir los lazos de una familia. También es el
evento que marca el estatus de una familia como importante, teniendo una
duración de siete días en total.
Cada
familia prepara sus tributos, así como regalos y obsequios a entregar, mientras
que otros buscan fortalecer los lazos que de por sí ya tienen mejorando con
adornos sus cuerpos y vestimentas. No es de extrañar que nadie preste atención
a los más pequeños de las generaciones, siendo estos los que tienen mayor
libertad de actividades en esos días.
Sin
embargo, para Yuto Nakajima, el más chico de los descendientes de esa familia,
era normal no recibir ni una pizca de atención desde su nacimiento.
Pese a
ser perteneciente a la rama principal de la familia, debido a que tenía cuatro
hermanos mayores, y el último de ellos se separaba por diez años a él, los
cuidados que recibía solían ser menos cuidadosos. Incluso teniendo la edad
similar al hijo de su hermano mayor. La familia le prestaba más atención al él
por ser el próximo heredero que a Yuto quien era otro hermano más y solo una
molestia, naciendo en el momento menos indicado para todos por los cambios
recientes a las leyes que Lord Vladimir había implementado hace unos años.
Incluso
la servidumbre se portaba distante con él, sintiéndose siempre como una carga
para todos e intentando minimizar con lo que pudiera esa sensación.
-Señorito,
le recuerdo que debe apresurarse o de lo contrario no llegaremos a la hora
acordada- sonrió su sirvienta, quien se encontraba a un lado del pequeño niño,
indicando el camino para que entrara a la tienda.
Lo que
había ido a conseguir Yuto era un regalo para su sobrino, quien dentro de poco
cumpliría años. Y debido a tener la misma edad, sus padres lo habían mandado a
conseguir el obsequio perfecto. Sin embargo, para la mala suerte del joven
niño, los gustos de su sobrino eran totalmente desconocidos para él, además del
hecho de que no era alguien que supiera sobre lo que alguien de su edad
quisiera, pues debido a su educación, nunca fue capaz de pedir nada que le
gustara o quisiera, siempre conformándose a lo que sea que le dieran.
Aquel
lugar estaba repleto de cosas que en su vida imaginó. ¿Podría realmente
conseguir el regalo adecuado? Sus ojos miraban desconcertado a todos lados,
sintiéndose abrumado de tantos colores, formas, objetos que no sabría ni por
donde empezar.
Los
sirvientes esperaban pacientemente afuera del local, dejando el monedero en
manos del joven niño quien comenzó a adentrarse al lugar con creciente temor de
perderse entre los pasillos. Debía de ser rápido en elegir, pues el tiempo que
le había dado apenas alcanzaba para el camino de regreso antes de ser
reprendidos por la tardanza.
Se
sentía mareado tras recorrer el primer pasillo. Incluso varios de los juguetes
habían sido los suficientemente sorpresivos para hacerlo saltar en cuanto
dejaron salir su singularidad. No estaba logrando su objetivo, y parecía que
dentro de poco sus sirvientes entrarían para decirle que ya era tiempo de
volver, pues necesitaban regresar a continuar con sus preparativos.
-N-No
sé…- tembló con los ojos llorosos mirando nuevamente alrededor. ¿Qué debía
comprar?
-¿Has
venido a buscar el nuevo juguete popular?- una vocesilla aguda se escuchó desde
el fondo.
Por un
momento se quedó congelado antes de voltear con prisa hacia donde la voz
provenía, pero no vio a nadie parado ahí. ¿Se habría equivocado? Tal vez la voz
viajó desde el otro lado del pasillo, en fin, podría haber sido simplemente su
imaginación por los nervios que tenía.
Sin
embargo, tras voltear al frente, sus ojos se toparon de frente con otros ojos.
Al
instante quedó completamente mudo.
Aquella
persona que se encontraba frente a él, era un niño más chico que él, al menos
de estatura. Su rostro tan redondo como una moneda, dejando ver enmarcadas sus
mejillas por la sonrisa que mantenía en su boca. Una sonrisa pícara a su
parecer. Sus ojos desprendían una curiosidad tremenda, como un investigador
indagando en pruebas.
Su
cabello lo tenía de color negro profundo, corto pero alborotado, dando la
impresión de haber estado en un lugar con una corriente de aire fuerte. Su piel
se veía suave, apenas colorada con un suave rosa pastel dando la sensación de
ser una muñeca de porcelana fina.
¿Existía
tal belleza que te dejaba sin aliento? Yuto no lo creería si no lo estuviese
viendo con sus propios ojos. Absorto en ello, no se dio cuenta del hecho de que
aquel chico estaba levitando suavemente para poder verlo de frente. Al menos no
hasta que aquel chico parpadeó y bajó al suelo.
-Te
hablé… ¿No puedes hablar? ¿No escuchas? ¿No sabes el idioma? ¿Eres extranjero?-
A pesar de vivir en un mundo dominado por la raza vampírica, también era cierto
que en algunos lugares lejanos el idioma había cambiado sorpresivamente y se
había adoptado como nuevo. A ellos que hablaban un idioma diferente se les
conocía como extranjeros, aunque no siempre eran bienvenidos en el lugar.
-¡Ah!
¡No!- respondió finalmente Yuto, negando fuertemente con la cabeza y moviendo
las manos. Comenzando a reverenciar enseguida ante su falta de educación.- ¡Lo
siento! ¡Lo siento! No es que no haya escuchado, es solo que… Tu belleza me
sorprendió- terminó por decir, alzando el rostro para ver la expresión
sorprendida del otro chico.
-Vaya…
Es la primera vez que me dicen eso.- rió aquel chico, haciendo a Yuto sonrojar.
-¡No
quería decirlo así! ¡Lo siento!- volvió a disculparse, haciendo una nueva
reverencia pero esta vez siendo detenido por él.
-No me
importa. Gracias por el cumplido. ¿Me vas a responder entonces?-
-Sobre
eso…- movió sus manos nerviosas. -No busco… Bueno… Estoy buscando un regalo de
cumpleaños. Es para un sobrino-
-¿Un sobrino?
¿Qué edad tiene?-
-Ehm…
¿Mi edad?- No entendió del todo la pregunta el inicio, aunque pronto se
avergonzó por su respuesta, pues aquel chico comenzó a reír.
-¿Y que
edad tienes tú?- no paró de reír ni si quiera para hablar.
-¡Ah!
Tengo diez… Es decir, él pronto cumplirá diez años también-
-Entonces
buscas un regalo para alguien de diez años… Bueno, no creo que se encuentre el
regalo perfecto en la sección de tres años o más- dijo sin intensión de
burlarse, al menos no por completo.
Yuto se
sintió tan avergonzado que quiso salir corriendo de ahí enseguida. No sabía que
los pasillos estaban distribuidos por edad, de ser así, solo se habría dirigido
al pasillo correspondiente y hubiese elegido uno de los tantos juguetes de ahí.
-Sígueme…
Te aseguro que sé cuál es el juguete perfecto para él- sonrió, señalando el
camino mientras comenzaba a caminar.
Un
pequeño pero significativo encuentro que bastó para prendar por completo el
corazón de Nakajima Yuto, pues de no haber sido por ese instante en el cual
Chinen Yuri demostró aquella amabilidad desinteresada, también hubiese creído
en todos los rumores sobre su persona.
Ser
llamado “El chico que solo busca relaciones que le den beneficios” era lo más
falso que podría ocurrírsele a alguien. ¿Por qué razón todos decían eso? Lo
pudo entender enseguida cuando se topó con él por segunda vez, teniendo la edad
de 15 años.
Tanto
tiempo había pasado desde su encuentro, pero aún así, las cosas principales no
habían cambiado en nada. Chinen Yuri seguía siendo amable, bajo esa fachada de
“hombre rudo” que había comenzado a crearse en sí mismo, suponiendo él que lo
había hecho por protección.
A pesar
de todo eso, Nakajima siguió intentando acercarse al menor, al principio sin
mucho éxito y provocando en el camino una pelea que casi puso a Yamada en el
peor de los estados posibles de un vampiro. De haber continuado con aquello,
habría perdido la vida de su mejor amigo en manos de la persona de la que
estaba enamorado, aunque parte de eso también era mentira.
La
triste realidad era que, para salvar a su amigo de aquel ataque, Nakajima había
usado un hechizo prohibido para hacer que Chinen se enamorase de él. Estando en
una relación, jamás pondría sus manos nuevamente sobre Yamada. Solo debía
mantenerlo en alto secreto de su amigo y las cosas irían tranquilamente. O al
menos eso creyó.
Para su
mala suerte, aquel hechizo tenía un efecto de potencia excesiva que hizo a
Chinen comenzar a actuar de una manera en la cual nunca se le había visto.
¿Cómo podía cambiar tanto? Ni si quiera el mago que le vendió la pócima lo
sabía, pues nunca había recibido respuesta por parte de él nuevamente.
Nakajima
se lamentó sobremanera, pero las cosas ya estaban hechas y no podía hacer nada
para evitarlo. Por ahora, dejaría continuar las cosas hasta encontrar una
solución factible.
-No
importa, vamos pronto al salón de conferencias. De lo contrario, seremos
sermoneados si llegamos tarde- replicó su amigo, comenzado a caminar más
rápido.
-¡Ey! No
vamos tarde. ¡Espera!- comenzó a caminar a prisa siguiendo los pasos de su
amigo.
Pese a
sentirse culpable, la excusa que le había dado a Yamada sobre el comportamiento
de Chinen fue que probablemente solo se había encaprichado con él por lo
ocurrido, cosa que no sería difícil de imaginar dado su reciente
comportamiento.
Sin
embargo, no estaba al tanto que Yamada hace tiempo sabía sobre su relación por
más “discreta” que la intentaran poner. No era difícil se darse cuenta con solo
observar el comportamiento de los dos. Aún así Yamada no haría nada que les
disgustara pues, al fin y al cabo, tener de su lado a un heredero de los
Kartraco no le vendría mal. Solo lo soportaría por un tiempo hasta que fuese lo
suficientemente fuerte para pisotear a su padre, manteniéndose al lado de
Nakajima y Chinen como un amigo confiable.
Pero
lejos estaba de cumplir su objetivo, al menos no después de haberse topado con
aquel demonio, pues ahora sus destinos se habían enredado significativamente.
CONTINUARÁ
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